Soma: La tumba de Alejandro

Author: María García Esperón /


La tumba de Alejandro Magno: ABC Historia

Author: María García Esperón /


La tumba de Alejandro Magno, el rompecabezas que tampoco Napoleón supo resolver


Durante dos años sus compañeros de armas se empeñaron en construir un mausoleo de oro macizo con la figura en relieve del Magno. La estructura contaba en sus extremos con columnas jónicas de oro y en sus laterales incluía escenas de la vida del general

Fuente: ABC Historia 

CÉSAR CERVERA - C_Cervera_M
26/10/2016 02:25h - 

La localización de la tumba del gran conquistador de la Antigüedad resulta uno de los casos más misteriosos de la arqueología mundial. No tanto por lo que puede haber en su interior, como por el hecho de que durante siglos su ubicación era archiconocida. La visitaron emperadores, reyes, gobernantes y grandes personajes hasta que, mientras se venía abajo el Imperio romano, se le perdió el rastro para siempre.

Alejandro cayó enfermo el 2 de junio del 323 a. C. tras un banquete en Babilonia donde había bebió grandes cantidades de vino. Durante casi dos semanas Alejandro padeció fiebre alta, escalofríos y cansancio generalizado, unido a un fuerte dolor abdominal, náuseas y vómitos. El 13 de junio, cuando le faltaba poco más de un mes para cumplir los 33 años de edad, falleció el dueño de media Asia sin dejar un heredero claro.


Durante dos años sus compañeros se empeñaron en construir un mausoleo de oro macizo con la figura en relieve del Magno. La estructura contaba en sus extremos con columnas jónicas de oro y en sus laterales incluía escenas de la vida del general. En el palio de púrpura bordada se encontraba expuestos el casco, la armadura y las armas del macedonio. Una vez finalizado, el mausoleo fue transportado desde Babilonia hacia Macedonia por 64 mulas que completaron un recorrido de 1.500 kilómetros. Sin embargo, los restos mortales nunca lograron alcanzar su lugar de nacimiento.

La guerra abierta entre los sucesores de Alejandro Magno fragmentó el imperio del macedonio y entregó la parte Egipcia a Ptolomeo, que se declaró a sí mismo Rey de Egipto. Mientras el cortejo fúnebre con los restos de Alejandro se dirigía a Macedonia, Ptolomeo se apropió de ellos y se los llevó a Egipto. En un principio, adaptó una tumba vacía que había sido preparada para enterrar al último faraón nativo de Egipto, Nectanebo II, y trasladó los restos del que fuera su general a una capilla dentro del templo del Serapeo de Saqqara, en la necrópolis de la antigua Menfis. La grandilocuente tumba se encontraba al final de una larga avenida de esfinges.

Una parada para los emperadores que se perdió

Al hijo de Ptolomeo, Ptolomeo II, no le parecía suficientemente lustrosa la localización y trasladó la tumba de Alejandro de Menfis a Alejandría (la más famosa de las 50 Alejandrías fundadas por el conquistador). Así creó un estructura monumental conocida como el Soma para el descanso del macedonio y el de su propia dinastía. El sarcófago era en su origen de oro, si bien Ptolomeo IX lo reemplazó por cristal debido a necesidades económicas e incluso es posible que cambiara su ubicación de nuevo. Allí lo halló Julio César cuando peregrinó a la tumba de su héroe de juventud. En el año 48 a. C, el romano llegó a Alejandría, después de haber perseguido a su enemigo Pompeyo, y tuvo ocasión de ver los restos.
Su heredero político, César Augusto, también visitó la tumba en un acto plagado de propaganda. Cuando las dignidades griegas que le acompañaban le ofrecieron visitar las tumbas de los reyes Ptolomeos, el primer ciudadano de Roma les recordó que él no había ido a ver muertos sino a un rey. Ordenó que fueran sacados los restos de Alejandro de su tumba, adornando el cadáver con flores y una corona de oro. Según las fuentes del periodo, cuando Augusto estiró la mano para tocarle la cara a Alejandro le rompió de forma accidental un pedazo de nariz.

A partir de entonces, la visita de los emperadores de Roma a la tumba de Alejandro se convirtió en «protocolaria». Algunos, como Cayo Calígula, que la conoció en un viaje con su padre de niño, se apoderaron de distintos objetos presentes (en su caso de la coraza de Alejandro). Por el contrario, Septimio Severo ordenó sellar el acceso a la tumba al ver lo poco protegida que estaba, en el año 200 d. C. La última supuesta visita fue la del emperador romano Caracalla, en 215, que afirmó haber sido poseído por el espítitu de Magno.

Con la decadencia del Imperio romano, Alejandría se vio azotada por distintos saqueos y revueltas, que terminaron por perder el rastro de la tumba del general. Si bien hay evidencias de que todavía en el siglo IV la tumba seguía en su lugar original, no se puede constatar que saliera intacta en el 365 del gran terremoto seguido de un tsunami gigantesco, que provocó estragos en las regiones costeras y ciudades portuarias de todo el Mediterráneo oriental. En Alejandría los barcos fueron levantados hasta los tejados de los edificios que quedaron, lo que hace probable la destrucción del mausoleo del Soma.

A partir de ese momento se perdió el rastro a la tumba, ya fuera porque fue destruida en el terremoto o en los saqueos que acompañaron los años finales del Imperio romano. No así a los restos mortales del conquistador. Libanio de Antioquía mencionó en un discurso dirigido al Emperador Teodosio, que el cadáver de Alejandro estaba expuesto en Alejandría de forma pública. Probablemente fue retirado y separado del sarcófago, lo que explicaría que la expedición de Napoleón lo hallara vacío en el siglo XIX.

La devoción por estos restos finalizó de forma abrupta cuando Teodosio publicó una serie de decretos para prohibir el culto a los dioses paganos, entre los que destacaba Alejandro. Aquí se perdieron también los restos.

Una búsqueda obsesiva entre los arqueólogos

En la célebre expedición que Napoleón condujo en 1798, se descubrió un antiguo sarcófago vacío situado en una capilla en el patio de la mezquita Atarina en Alejandría. Los lugareños aseguraban, basándose en la creencia medieval de que el gigantesco sarcófago se había quedado limitado a una pequeña capilla, que se trataba de la tumba de Alejandro Magno. No obstante, los arqueólogos que acompañaban al «Gran corso» albergaba sus dudas y no fueron capaces de resolver el rompecabezas todavía vigente.

En 1801, Edward Daniel Clarke llevó el sarcófago al Museo Británico de Londres y dio pie a que Champollion descifrara los jeroglíficos. Después de que los británicos transportaron el sarcófago a Inglaterra entre 1802 y 1803, la mezquita se deterioró rápidamente, y pocas décadas después había desaparecido. No en vano, el monumento contenía una pista, una inscripción que anunciaba que el sarcófago pertenecía al faraón Nectanebo (Nectanebo II, aclararon investigaciones posteriores).

El asunto se cerró en falso sin sospechar, en ese momento, que Ptolomeo se había apoderado de la tumba de Nectanebo II (él huyó de Egipto cuando llegaron los macedonios y su tumba quedó vacía) para enterrar a Alejandro Magno. Distintos autores han insistido recientemente en que la respuesta al misterio está en esta mezquita de Atarina en Alejandría, concretamente en la costumbre de los ptolomeos por reciclar elementos arquitectónicos de sus antecesores.

Pero esta no ha sido la única teoría, siendo que la mayor parte de los esfuerzos por encontrar la tumba o los restos del conquistador se han centrado en Alejandría. El egiptólogo italiano Evaristo Breccia lo buscó casi de forma desesperada en la zona de la mezquita de Nabi Daniel (a pocos metros de donde estuvo la de Atarina) y en Kom el Dick. Todo ello sin éxito. Como explica Valerio Massimo Manfredi en su libro «La tumba de Alejandro: El enigma», el sucesor de Breccia, el arqueólogo Achille Adriani, decidió cambiar la dirección de las búsquedas hacia el cementerio latino de Alejandría, en la zona sudeste de la península del Lochias. Tampoco él logró dar con la tecla.

Fuera de la ciudad, otros estudios han buscado la tumba en el oasis de Siwa, el lugar donde Alejandro fue acogido por los sacerdotes egipcios como el hijo del dios Amón. Así como en la antigua Anfípolis, una importante ciudad del reino de Macedonia, a 100 kilómetros al este de Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia. En este sentido, los arqueólogos anunciaron el año pasado que lo más probable es que esta tumba esté dedicada a Hefestión, el amigo más íntimo de Alejandro Magno.

Pero más allá de saber dónde está la tumba, al menos cabe preguntarse qué fue de los restos tras la prohibición de Teodosio de adorar a símbolos paganos. En 2004, el historiador británico Andrew Chugg planteó una curiosa pero poco probable teoría en su libro «La tumba perdida de Alejandro Magno». En su opinión, la venerada tumba de San Marcos en Venecia podría contener no los restos del evangelista, sino nada menos que el cuerpo de Alejandro Magno.

Sostiene este experto en el legendario rey de Macedonia que la confusión histórica sobre la suerte del cuerpo del mítico guerrero se explica porque el cadáver fue disfrazado de San Marcos para evitar su destrucción durante una insurrección cristiana. De esta forma, no fueron los restos de San Marcos (que algunas tradiciones dicen que fueron quemados) los que fueron robados por mercaderes venecianos unos cuatro siglos más tarde para devolverlos a su ciudad natal. Serían, en este caso, los restos de Alejandro Magno los que fueron llevados a Venecia.



Thalassa: un plan lector a la altura de los héroes

Author: María García Esperón /




Porque nosotros sabemos
El Disco de Troya


Thalassa: Un plan lector a la altura de los héroes es el que tengo el gusto de poner en sus manos a través de este catálogo que reúne mis libros publicados en diversas editoriales de Hispanoamérica. La palabra Thalassa significa mar en griego y evoca el océano que puede ser la literatura, su inagotabilidad y sus olas siempre renovadas.

Desde 2004 que di inicio a mi camino de escritora de literatura infantil y juvenil, estos títulos han tenido una gran aceptación entre los jóvenes de México, Argentina, Colombia, Cuba, Chile, Perú, Ecuador, Costa Rica y España.

A través de la lectura de estas obras, los jóvenes adquieren el entusiasmo y el gusto por visitar de propio impulso las grandes obras clásicas que fundaron la literatura occidental –La Ilíada, la Odisea, la Eneida-, de investigar periodos fascinantes de la historia de Egipto y de Mesoamérica. Asimismo, se interesan por emprender investigaciones en torno a los momentos más altos de la cultura occidental para extraer de ellas elementos importantes para construir su propia visión del mundo y enfrentar con una actitud crítica y propositiva el complejo panorama de nuestra civilización contemporánea.

Les invito a sumergirse en estos libros, a convertirse en compañeros y amigos de Alejandro Magno y Julio César, de Cleopatra y Octavio Augusto, de Moctezuma y Eneas, de la niña azteca Copo de Algodón y de la apasionada reina Dido de Cartago. De ver nacer el Partenón desde los ojos de Pericles, dibujarse los misterios de la Capilla Sixtina por las manos de Miguel Ángel, de cabalgar a lomos de la sabia tortuga de Charles Darwin y de excavar la sospecha de Troya al lado de Heinrich Schliemann.

Es momento de volver a escuchar las voces de la Historia y la Poesía, de envolverse en la fascinación de la Leyenda y de vibrar con las emociones de la Épica. Es momento, hoy y desde el mismo salón de clases, de estar todos a la altura de los héroes.

Reciban un afectuoso abrazo de su amiga

María García Esperón

Recomendado por la Biblioteca del Gimnasio Fontana

Author: María García Esperón /



Fuente: Gimnasio Fontana

Infografía sobre Soma

Author: María García Esperón /

Reseña de Miguel Ángel Fernández

Author: María García Esperón / Etiquetas:


Autor: María García Esperón.
País: México.
Editorial: Libros&Libros.


Nueva novela histórica de esta autora mexicana, tratando en esta ocasión de descubrir el lugar donde se encuentra enterrado Alejandro Magno.

Elena, estudiante mexicana de filología clásica, ha hecho de este tema su tésis doctoral. En la misma universidad se encuentra Alexis, un chico macedonio que no ve con buenos ojos que Elena realice la tésis sobre el tema.

Consuelo, una anciana amiga de Elena, le ayuda en la realización de esta tésis, y juntas tratan de desvelar un libro escrito en griego que Alexis se deja olvidado, que la acaba sumergiendo en el pasado y sentir como una experiencia propia los últimos días de Alejandro Magno.

La historia gira a caballo entre los últimos días de Alejandro Magno y el presente y está escrita con una frescura, que hace meterse en todo momento dentro de la novela, siendo esto un estilo muy personal de la autora.

Soma: la tumba de Alejandro... la vida de la muerte. Reseña de Anabel Sáiz Ripoll

Author: María García Esperón / Etiquetas:


Fuente: Voces de las dos orillas

Soma la tumba de Alejandro
María García Esperón,
Colombia, Libros & Libros, 2014

Por Anabel Sáiz Ripoll

¿Por qué hablar del Soma, de la tumba de Alejandro hoy en día? ¿A quién puede interesar saber qué pasó con los restos de Alejandro? Es aún un enigma arqueológico el emplazamiento del Soma. Detrás laten ambiciones, esperanzas, odios, batallas intestinas y miserias humanas. Alejandro fue el gran personaje de la Antigüedad, mito o dios, inmortal en los sueños.

María García Esperón, fiel a su idea de tener puentes entre el pasado y el presente, se dispone a remover en la memoria colectiva, allí donde se guardan los afectos, las emociones y los misterios, para retomar el enigma del Soma. Alejandro acaba de morir y los suyos empiezan a desesperarse, algunos, a repartirse el poder, otros. La ambición todo lo corrompe, por desgracia, y no sabe de grandes palabras. Solo los fieles, los verdaderos amigos, están en la vida y en la muerte, aquí y allá.

Soma. La tumba de Alejandro es una historia de amor y de amistad, que aviva los recuerdos, que arroja luz donde no había nada y que muestra que el pasado no está tan lejos de nosotros. Dos historias se entrecruzan en la novela y se funden, de alguna manera, en una. Por un lado, la inquietud ante la muerte de Alejandro de su amigo Tolomeo y el dolor de la hetaira Eleni que cree que Alejandro no ha muerto, que está cataléptico. Para favorecer su destino y los designios del estratega, Eleni no duda en morir para hacerse pasar, en la otra vida, por Alejandro y confundir a los que debían transportar su tumba. ¿Dónde está el Soma, en Egipto, en Babilonia, en Alejandría…?

Mientras, en México, una joven, Elena, se encuentra redactando su tesis doctoral acerca de ese enigma y, conforme profundiza, más se vincula con los personajes del pasado. Un compañero macedonio, Alexis, ocupa un lugar primordial en este viaje al mundo de los muertos que Elena va a realizar gracias a un extraño libro.

Elena y Consuelo, una anciana que la ayuda a redactar su tesis, emprenden un viaje físico y mental a Egipto porque Elena, de alguna manera, cruza los dos mundos y se nutre del propio aliento que la hetaira Eleni. Consuelo muere y sus cenizas acaban en un mundo en el que, en sus orígenes, aún era posible ser dios.

Soma. La tumba de Alejandro se estructura en torno a breves capítulos que van dando voz, en tercera persona, a todos los personajes de esta historia. El poder de la profecía, del oráculo y, sobre todo, el poder del amor llegan intactos desde la muerte de Alejandro a nuestros días, a las manos de Elena.

Los héroes del pasado se confunden o son los mismos, no estamos seguros, pero sí sabemos que fueron seres de grandeza extraordinaria, no por ser dioses, en absoluto, sino por colmar, exactamente, la medida de lo humano. No hay nada más humano que el amor. No hay nada más humano que la memoria.

María García Esperón más que ofrecer respuestas, formula nuevas preguntas o da un giro a la historia; pero no lo hace para desconcertar al lector, sino para mostrar que los actos del pasado, de verdad, dejan huella en el presente, pero una huella de carne y hueso, no literaria, sino de piel, de contacto físico. Solo hay que pararse a escuchar las voces de los tiempos.

El relato combina el tono más épico o elegíaco con el cercano y cotidiano y, juntos, van tejiendo esta historia que, por no tener respuestas, ni siquiera se presenta con portada, aunque sí contiene ilustraciones de Michelle López. Un enigma más. La muerte, al fin, como se lee repetidamente en el texto, no es más que la vida en otra parte. Sea así.